miércoles, junio 22, 2005

"...Todos estamos en la mira y esa es la realidad..." *

Una noche (más) sin lavarse los dientes
Por Elsa Drucaroff

El tipo te gusta, mucho. Y hay onda. Y te invitó a salir esta noche. Va a pasar hoy, estás segura.

Elegís con cuidado la ropa interior, el vestido corto. Estás feliz. “Disfrutá, que éste es el mejor momento”, te decís mientras vas para la ducha. El momento de la expectativa, del histeriqueo, de las conversaciones que unen. Conocer, seducir, verbos sublimes que preparan el otro momento único: un cuerpo completamente nuevo y su modo desconocido de desearte, la mutua calentura acumulada, la impaciencia, la hora de la develación.
Estás contenta en la ducha cuando aparece el maldito pensamiento: “él debería usar...”
“Debería, ¿no?”, te preguntás con la esperanza de encontrar adentro tuyo una respuesta razonable que demuestre que no, no tendría por qué, vos dale tranquila... Pero sabés que es inútil, no existe respuesta razonable. El debería usar.

Sos una mujer inteligente. Leés los diarios. ¿Cómo encontrar en este anochecer del 2004 un argumento razonable para no usar preservativo? Tendría que usarlo, te repetís. Y aunque pusiste el baño de espuma que reservás para estas ocasiones, te hundís sin placer en el agua y te acordás con rabia de la fiesta de tu primera juventud, cuando todo era tan libre, tan fácil... Es como un flash molesto, los ojos cerrados guardan la impresión todavía un rato y después ya fue.
Cuando salís del baño hay que resolver el color de la sombra de ojos y si esa cartera es la que mejor combina. No vas a arruinarte el ritual. Salís de casa linda como una reina y decidís pensar sólo en él: sus frases, sus tonos, lo imaginás desnudo.
Pero no sos ignorante ni te querés enfermar. Leés los diarios. Entrás a una farmacia que está cerrando. Comprás forros. “Va a usar”, te prometés. “Esta vez lo voy a hacer”.
Porque otras veces no lo hiciste. Cada vez que un tipo no quiso, no se lo puso. Y él va a resistir, suponés, porque no es de los jovencitos, a ésos muchas veces no hay ni que decirles nada. Es un tipo de tu edad, de los veinteañeros que decían que cuidarse era problema de las minas. De los que despreciaban la vida sexual de sus padres (“cogen con forro y con el camisón puesto, qué gris”, y se sentían intensos, en technicolor).
Para alguien de la generación del tipo que vas a ver, para vos misma, no hay nada más patético, represivo, que un forro. Primero no te animabas ni a plantearles que se lo pusieran, a ver si creían que vos estabas enferma. Cuando juntaste argumentos y coraje descubriste la cara de fastidio y te callaste. Una vez insististe y escuchaste: “No”. No. Sin vueltas, duro, firme como un muro. Tenías que decir lo mismo vos también. Irte. Pero te quedaste. Y tuviste miedo durante, pero sobre todo después. Tenés miedo todavía hoy. Por eso acumulás argumentos: que tampoco cogés tanto (con una vez, basta), que nunca estuviste con uno que se picara (¿y si no te lo dijo?), que ninguno tenía historias homosexuales (¿cómo sabés?), que igual los gays se cuidan (¿todos?), ¿y con quiénes estuvieron los que estuvieron con vos?
Hay noches en que no podés dormir, son pocas, pero terribles. Das vueltas en la cama y repetís cada argumento a favor, cada argumento en contra, te acordás otra vez de cuando encontraste a Nora y te contó que Juan había tenido..., se había acostado con... ¿Fue antes? ¿Fue después? Te prometés hacerte el análisis, te puteás porque no te vas a animar. Basta.
Ahora estás con él, preciosa, sentadita en el restorán con velas y delicioso vino tinto. Y todo está saliendo maravilloso. Deliciosa conversación. Deliciosas miradas. Un tipo tan interesante... ¿No lee los diarios? “Se lo tengo que decir”, pensás. “Hay que esperar que me bese”.¿O sacar el tema en abstracto, como para dejarlo sentado desde lo ideológico? Comentario social: los cambios en la sexualidad: “antes era todo tan libre, tan posible, y ahora hay que...” ¿Cómo vas a hacerlo pensar en eso si lo que querés es que te coja?
Y ya está, llegó el gran momento. Te entregás con fruición a largos besos en la vereda y esperás su “¿vamos?” para susurrar, lo más sensual que te sale: “lo hacemos con preservativo, ¿sí?” “No tengo”, dice él rápidamente y podría haberse ahorrado el “tengo”, sería igual. “Yo traje”, insistís. “No uso”, dice. Entonces algo pasa. ¿Sos vos? Te escuchás:–”Entonces, no.”El te mira. “No”, repetís. Te estás dando vuelta para irte cuando te toma el brazo. ¿Era así de fácil?
Entran al telo y vos estás eufórica. Sacás el preservativo, lo ponés sobre la mesita de luz. Por si fuera poco, lo que imaginaste es tal cual. Esa sí es una noche. Qué hombre. Cómo toca, cómo acaricia, cómo se hace acariciar. Vos misma le ponés el forro, las chicas jóvenes hacen eso, dicen. Y te dejás poner boca abajo, y sentís que pasa algo raro, te das vuelta...
¿Qué hacés? –preguntás. El no contesta. Se sacó el forro. Te besa para que no hables, te da vuelta otra vez y no descubre que llorás bajito y mucho menos, después, que fingís un orgasmo.
A la madrugada volvés a tu casa. Evitás lavarte los dientes para zafar del espejo. No pegás un ojo. “No se pica...”, empezás.

Publicado en "Página 12" el 03/12/04.

(Lo leí acá)


* Attaque 77 - "H.I.V".